Garabateando

¿Recordáis cuánto soñábamos despiertos?

Sí, era esa época en que mirábamos a través de la ventana, sin prestar mucha atención a la clase de mates, mientras llovía intimidantemente en el exterior. Los cristales se llenaban de vaho y teníamos en la cabeza (al menos yo, cada uno tendría la suya) el estribillo de la canción de Bananarama que sonaba en el casette que mi hermana mayor había puesto de camino al cole. Recuerdo lo moderno que me parecía ese sistema, el clic de la cinta con carcasa de plástico duro entrando por la ranura. Justo cuando entraba hasta el final, con medio dedo metido dentro de la radio, saltaba un botón del frontal de la misma. La canción comenzaba a sonar por donde se cortó por última vez.

No existía el CD, no conocíamos las pistas, ni tan siquiera el vídeo VHS había salido al mercado para eclipsarnos por completo, pero faltaba poco. Era uno de esos días grises en que desde dentro de clase, recordando el ruido del limpiaparabrisas del coche de mi madre, me subía los calcetines para intentar cubrirme los «pantobillos» todo lo que podía. Pasábamos frío y no ocurría nada. Y mientras transcurría esa hora eterna bajo el blanco intenso de los fluorescentes, en la calle el cielo tornaba a un gris casi negro y sólo cabía empezar a garabatear todo tipo de referencias que comenzaban a influenciarnos.

Yo quería ser mayor para poder ir sentada en el asiento de delante, de copiloto, y poder pasar en la radio las canciones que no me gustaban. ¡Eso era iniciativa y determinación! Quería crecer para llevar esos vestidos que me parecían modernos e increíbles de las pelis ochenteras, para tener una vida intensa como la de esos muchachos insubordinados de «El Club de los cinco«, para tener una Vespino y para poder bajar sola a la piscina sin supervisión. Y comenzaba a soñar despierta, llenando las hojas de los libros de dibujos, de palabras inconexas con tipografías resaltadas. Era un modo de expresión común a todos. Formaba parte de nuestra percepción del mundo que nos rodeaba, lo que absorbíamos para conformar nuestro carácter.

Algunas cosas que echo de menos son esos momentos en blanco en que la mente se sumía en un profundo estado de concentración para hacer la mínima representación gráfica. Es cierto que en los colegios no potenciaban estas aptitudes y se centraban en desarrollar nuestra inteligencia en el plano linguístico-verbal y lógico-matemático. Sin embargo aquellas muestras que dábamos de adaptación gráfica del entorno de forma innata, da lugar a toda una teoría cognitiva de desarrollo de las inteligencias múltiples (H. Gardner). Muchos dejamos de lado un talento por desarrollar para hacernos mayores, progresar en otro tipo de aptitudes que nos encauzaban en una carrera y olvidamos cuándo fue el último día que dejamos de garabatear.

Nos hemos centrado en un plano meramente analítico en cuanto a composición artística, equilibrio cromático, realidad de la perspectiva, luces y sombras, y naturalismo. Y ello lo llevamos a cabo en todos los ámbitos de nuestra realidad (a la hora de decorar una casa, de encargar una cocina a medida, de comprar unos cuadros, contratar a un fotógrafo, de comprar un vestido o diseñar una boda) Y precisamente esta falta de desarrollo y progresión de la creatividad es lo que provoca que mucha gente se sienta insegura a la hora de tomar decisiones estéticas y se ciñen a lo que «creen que funciona«, ya que la aprobación general pondera esa intuición.

Por eso os incito a volver a soñar despiertos, a salir a la calle para cargar ese bagaje creativo observando la creatividad de los artistas callejeros, de los mercadillos, de los escaparates, las tiendas de interiorismo y las escuelas de creativos.

No penséis que copiando tendencias acertaréis siempre. Si vuestro vecino se compra un butacón color mostaza en una tienda noruega y os compráis el mismo mueble, no fallará la estética, sino la esencia. Ya no será especial. La imaginación se puede recuperar, volviendo a soñar, cogiendo un lápiz y comenzando a crear de cero. Así conseguiréis recuperar vuestro estilo, os animo a desarrollar vuestro talento para que todo lo que llevéis a cabo tenga vuestro sello personal. Os pongo ejemplos de ilustradores que admiro y que no tienen nada que ver entre sí, pero que cada uno derrocha genialidad: David Biskup, Gez Fry, Z Kev Jenkins, Karolis Strautniekas, Ed McLachan y David Juniper.

Y si lo que os gusta es hacer guiños a estéticas concretas, hacedlos y destacadlos con un toque personal. Sí, hay mucha gente con ideas que «decoran nuestro alma» a diario y las redes sociales les ponen a nuestro alcance. Con un poco de imaginación y de humor se pueden hacer grandes cosas. Cuantas más referencias seáis capaces de asumir, menos os costará soñar.

¡¡Hasta que nos leamos de nuevo!!
Un abrazo a todos,

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